miércoles, 30 de junio de 2010

Pequeño gesto, gran diferencia

Mientras venía por el autobus mil cosas pasaron por su mente, algunas intentaba suprimirlas mediante la fuerza de voluntad y otras resultaban imposible. Dejó que fluyeran.
Su interior se encontraba cargado de energía, sentía que estaba atrapada bajo mil cadenas infranqueables, quería eliminarlas por completo pero eso no dependia de ella ni de cuanto confiara y creyera en su luz.

-Evidentemente existen situaciones que escapan de nuestras manos- pensó mientras más pasajeros se amontonaban en la máquina expendedora de boletos. Miró a cada uno de ellos y trato de vislumbrar que es lo que ocultaban las miradas. Es decir, que historias cargaban aquellas personas mientras esperaban su turno para pasar la tarjeta del autobus. Había quienes poseían una mirada opaca, triste, monótona y a otros se los notaba alegres, despreocupados...felices. Coincidentemente eran miradas de niños y en menor proporción gente adulta.

- ¿En que categoria estaré incluida?- pensó mientras intentaba ver su rostro a traves del reflejo de la irrompible ventana del autobus.

Esforzó su mirada para intentar distinguir su reflejo. Notó que su actitud correspondía a la primera. A pesar de ello intentó relajar su rostro, acomodó su cabello de manera diferente, sonrió para sus adentros y nuevamente se miró. Nada habia cambiado...sus ojos seguían tristes.

- ¿Las personas notarán mi tristeza? ¿Pensarán e imaginaran el motivo por el cual estoy de esta manera?- se preguntó mientras recurría a su gastado par de anteojos de sol. Justo en ese momento recordó las sabias palabras de su abuelo: siempre mostrar una sonrisa aunque por momentos tengamos ganas de llorar, gritar y ser libres para expresar nuestras verdaderas tristezas.

Meditó unos segundos el verdadero significado y comprendió. "Siempre habrá alguien más triste que uno, alguien que necesite de nuestra comprensión; una sonrisa y un buen gesto pueden hacer la diferencia en la vida de alguien".
De repente un fuerte intercambio de palabras provenientes de la puerta llamaron su atención. Era una mujer mayor, con problemas de visión y dificultad para moverse. No tenía las monedas justas para pagar el importe a lo cual el chofer, con muy malos modales, le exigía que pague el boleto o, en caso contrario debería bajarse del autobus. La humilde mujer imploraba que la dejara viajar...
Ante tal situación la joven mujer iba decidida a ayudarla.
- Señora aquí tiene su boleto- manifestó mientras introducia las monedas y retiraba el boleto correspondiente- ahora puede viajar tranquila. Entregó el boleto a la anciana.
- ¡Gracias! te lo agradezco de corazón- respondió sorprendida mientras unas lagrimas corrían por su cansada mejilla.
- No me agradezca señora- sostuvo la joven mientras le sonreía- hice lo que sentía.

La muchacha llegó a destino y bajó del autobus. A pesar que en su vida nada había cambiado se sintió más libre, más liviana, con menos cadenas que impedían que desplegara sus alas.Sintió felicidad...

Volvió a guardar sus anteojos de sol y caminó las rutinarias cuadras que la separaban de su hogar. Pero algo había cambiado: estaba sonriendo...

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