Éste es el conflicto de todo amor. De modo que haz de alcanzar un compromiso: ni te alejas mucho, ni te acercas mucho. Estás en un punto medio, equilibrándote. Entonces el amor no puede profundizar. La profundidad se alcanza solamente cuando abandonas todos los miedos y te lanzas de cabeza. El peligro está ahí y el peligro es real: el amor matará tu ego. El amor es el veneno del ego; para ti es la vida, pero para el ego es la muerte. Haz de dar el salto. Si dejas que crezca una intimidad, si te vas acercando más y más y te disuelves en el ser de una mujer, entonces ella no será solamente extraordinaria, se convertirá en divina porque se convertirá en una puerta hacia la eternidad.
Y lo mismo le ocurre a la mujer con el hombre. El problema es que si ella se acerca a un hombre, el hombre empieza a escapar. Porque cuanto más se acerca la mujer, el hombre se asusta más. Ningún hombre tolera a una mujer que lleve la iniciativa. ¡Eso significa que el abismo se te está acercando!
De modo que una mujer ha de esperar. Y si espera, entonces surge otro problema: parece que es indiferente. Y la indiferencia puede matar el amor. No hay nada más peligroso para el amor que la indiferencia. Incluso el odio es bueno porque al menos mantienes alguna clase de relación con la persona que odias. El amor puede sobrevivir al odio, pero el amor no puede sobrevivir a la indiferencia.
El amor necesita madurez, necesita un tiempo para asentarse, necesita intimidad, necesita una profunda confianza, necesita fe. Un pacto matrimonial nunca permite que nadie crezca. Un pacto es algo calculado, astuto; sirve para los negocios, no para el amor.
Cuando un hombre y una mujer no se temen entre ellos, ni temen deshacerse del ego, se lanzan el uno al otro. El salto es tan profundo que se fusionan entre sí. En realidad se vuelven uno y cuando esta unidad surge entonces el amor se transforma en oración. Cuando esta unidad sucede, entonces el amor se impregna de una calidad religiosa.